viernes, 25 de septiembre de 2009

Pekín día 6. Nos vamos a Chengde. La Villa Imperial de Verano. Los vagones de asientos duros.







Hoy nos vamos a Chengde, una ciudad a algo menos de 4 horas en tren, para visitar la Villa Imperial de Verano y los templos de los alrededores. Nos levantamos muy temprano y vamos en taxi a la estación. Nos habían recomendado que fuéramos al menos con una hora de tiempo, por las aglomeraciones. En la estación central de Pekín hay que pasar las bolsas por cintas de rayos equis y eso, si tenemos en cuenta que aunque fueran las 6 de la mañana ya estaba la estación llena, lleva su tiempo.
Sin problemas, y enseñando los billetes para que nos orientaran a los empleados o a los policías que íbamos encontrando, llegamos al tren. Un vagón relativamente moderno, con aire acondicionado, limpio y tranquilo, algunos chinos y una pareja extranjera.
El viaje fue todo lo cómodo que puede resultar un viaje en tren. El lavabo estaba limpio. De vez en cuando pasaba alguna azafata vendiendo snacks, o bebidas o fideos precocinados, ya que como hemos dicho no paran de consumirlos. En los vagones hay una zona donde proveerse de agua caliente para poder prepararse los dichosos fideos. Los asientos eran blandos, pero poco.
En el trayecto aprovechamos para ver de pasada alguna imagen de la China rural. Los pueblecitos mantienen su arquitectura tradicional, con casas idénticas a las de los hutong, de una sola altura. Pero también empiezan a verse otras construcciones que ponen en evidencia un nivel de desarrollo bajo, solo algo mejor que nuestros barrios chabolistas. Se ven fábricas, algunas nuevas y muchas viejas, y bloques de viviendas que recuerdan la España de los 60 o 70, donde las fábricas alojan a sus trabajadores, ya que están obligadas a proporcionarles casa.
Se ve mucha obra pública, carreteras, puentes, etc.
La llegada a Chengde fue, sin más, apoteósica. Salimos de la estación los mil chinos y los turistas extranjeros que habíamos viajado juntos y nos encontramos en una gran plaza a otros mil chinos ofreciéndonos de todo, principalmente excursiones al palacio de verano. Vendedores subidos a cualquier parte para destacar y gritando a voz en cuello, entre los que con mayor o menor dificultad íbamos pasando los viajeros. Es una de las imágenes que más nos ha quedado, todo un espectáculo en si mismo. Tomamos un taxi, todavía son más baratos que en Pekín, y nos fuimos a la Villa Imperial.
La Villa Imperial reproduce el esquema de parque, lago y pabellones, similar al Palacio de Verano de Pekín, por ejemplo. El recinto está rodeado por una muralla de 10 kilometros, lo que da una idea de su superficie. Palacios, salas, la pagoda Yongyousi, etc. Si hacemos estas descripciones tan sucintas de los monumentos no es porque no sean interesantes, sino porque están mejor descritos en cualquier guía o en la Wikipedia, y el objeto de este blog es más poder narrar sobre el contexto en el que se vive todo esto. Por ejemplo, la Villa Imperial de verano es un lugar tranquilo, ideal para pasar una mañana paseando y ojeando las construcciones que, eso si, son prácticamente idénticas de las vistas en Pekín para ojos no especializados. A pesar de la habitual presencia masiva de visitantes es suficientemente grande como para diluirnos en toda su superficie. Vale la pena reservar una hora para dar un paseo por el lago en una pequeña motora o en un pedalo, pasando bajo los puentes y junto a grandes manchas de enormes nenúfares. Las fotos que encabezan la entrada ya son nuestras.
Comer fue más difícil, ya que no encontrabamos en las proximidades ningún restaurante de nuestro gusto. Entramos en uno al azar y comimos lo que nos pusieron, que más o menos coincidía con lo que creíamos que habíamos pedido.
Después de comer me compré un helado, un polo correctamente envasado y de marca, para descubrir que había comprado un polo con habas de soja, muy habitual por lo que pudimos ir viendo en días sucesivos.
La tarde la dedicamos a ver los templos de los alrededores. Hay 8 templos, con varios de ellos abiertos. Los trayectos vale la pena hacerlos en taxi.
El templo Puning (templo de la Tranquilidad Universal) tiene elementos tibetanos y está atendido por lamas que hacen sus oraciones mientras los visitantes remoloneamos por alrededor y los fieles van haciendo sus ofrendas y sus oraciones. Lo más llamativo es la diosa Guanyin (de la Misericordia) en la sala Mahayana, ya que es una estatua de 5 tipos de madera, con 42 brazos y 22 metros de altura. Para poder apreciar sus facciones se sube a una primera galería, desde donde se aprecia mejor.
El templo Pule se construyó en atención a otras minorías (las minorías en china siempre están presentes, y supuestamente reciben atención especial) tiene un pabellón redondo y cerca del templo se puede coger un teleférico que te acerca a la roca del Palo, una curiosa roca vertical muy frecuentada.
Finalmente nos acercamos al templo Putuozongcheng, aunque ya era tarde, porque teníamos curiosidad por verlo ya que está construido a semejanza del palacio Potala de Lhasa aunque evidentemente más pequeño.
Para descansar entramos en un hotel, el Qiwanglou, que hay junto a la entrada de la Villa de Verano y en la misma muralla, y sentados en un jardincito tomamos alguna cosa sintiendo la puesta del sol.
Ya de noche -teníamos que hacer tiempo porque nuestro tren salía pasadas las 10 de la noche- fuimos paseando hacia la zona que nos pareció más céntrica, con edificios nuevos, altos y bien iluminados. Pasamos por una plaza donde dos grupos distintos de personas bailaban sus bailes propios acompañados por algunos instrumentos musicales, con melodías muy repetitivas y pasos simples. Acompañaban a los bailarines algunas figuras con zancos. Más adelante llegamos a una gran plaza, con una pantalla gigante donde proyectaban una película de artes marciales. En otra zona de la misma plaza un numeroso grupo de personas hacía aerobic dirigidos por varios monitores. Y en todas partes vendedores de comida y chinos en cuclillas comiendo fideos o noodels.
Entramos a un restaurante con buen aspecto, carta en ingles y camarera con más volunta que dominio del inglés, donde comí un pepino de mar, pensando encontrar algo parecido a las deliciosas espardenyas que se hacen en Cataluña, para encontrarme con un bicho hervido y francamente insípido. Antes de ir a la estación aún pudimos entrar en un café, lugar de copas o lo que fuera, con reservados, en el que tomé un banana split que me compenso de la aventura culinaria del pepino de mar.
En la estación las mil o dos mil personas que vamos a tomar el tren hacemos cola, más o menos ordenadamente, y media hora antes de la salida dan acceso al andén y al tren. Encontramos nuestro vagón, en asiento duro, donde íbamos a viajar durante unas horas con otros 118 chinos, sin aire acondicionado. Por supuesto nuestros asientos estaban ocupados, pero quienes los ocupaban se levantaron sin ningún problema al vernos blandir nuestros billetes. No se si ya he comentado que muchas personas no saben leer y se limitan a subir al tren y sentarse donde está libre; si alguien reclama el sitio se van a otro. Además también se venden billetes sin plaza, lo que aumenta la confusión. Si apoteósica había sido la llegada también lo fue el viaje de vuelta. El asiento era realmente duro, la gente en camiseta o sin, sentada o tumbada bajo los asientos para descansar mejor, unos raquíticos ventiladores en el techo apenas moviendo el aire, y –como no- gente comiendo. Nos recordaron nuestros trenes de los años 50, con todo el pasaje en compañía y dos extranjeros raros incordiando. Llegamos a casa las 5 de la mañana, contentos de la visita, pero cansados.

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